Elogio del reader

Dice Mario Vargas Llosa en su reciente y ya celébre ensayo: " La sociedad del espectáculo" que las grandes ventajas que la sociedad actual ha obtenido mediante su incorporación al mundo digital tienen como contrapartida la creación de una sociedad fútil y superficial que valora lo vistoso y espectacular más que lo profundo, el envoltorio frente al contenido. En este nueva era, la capacidad de convertirse en referente que caracterizaba a los intelectuales se ha perdido en la miriada de posibilidades y distracciones que ofrece internet y ya no existe una elite cuyas reflexiones sirvan de guía sino un bosque de nativos digitales con escasa capacidad de concentración. Frente a esta visión negativa de Vargas Llosa, otros intelectuales como el escritor argentino Jorge Volpi se felicitan de las posibilidades de democratizar la cultura que ofrecen los nuevos medios. Al margen de la brillantez y rigor que caracteriza a un escritor de la categoría de Vargas Llosa, leyendo detenidamente ese ensayo se observa que el premio Nobel, cuyo libro alude varias veces a la obra de Nicholas Carr, Superficiales, que alerta de los efectos negativos de las redes en el cerebro, no es inmune a los prejuicios. Su visión demonizadora de la pantalla frente a la superioridad innegable del papel es un ejemplo de su postura excesivamente crítica a la aportación que en la difusión del saber juegan las nuevas tecnologías. En su ensayo, Vargas Llosa no menciona, posiblemente porque nunca ha utilizado uno, los nuevos dispositivos de lectura e ignora que sus usuarios, según las estadísticas, acaban leyendo más libros que cuando lo hacían a la manera tradicional. Esto no es de extrañar ya que, en definitiva, el reader no es más que un instrumento muy práctico que permite que nos movamos como un caracol con nuestra biblioteca particular a cuestas. Yo, particularmente, desde que me he comprado uno, debido a su funcionalidad y a las posibilidades que ofrece, disfruto más que antes de la lectura.

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