El auge de la cultura basura


Corren malos tiempos para la alta cultura. Hace  mucho que nuestra época se caracteriza  por reverenciar al triunfador, servir  a los dictados de las masas y buscar la rentabilidad inmediata pero con la consolidación de las nuevas tecnologías  las cosas han cambiado aún más.
Morbo, actualidad,  ambición, belleza, sexo,  dinero, lujo o lo contrario: miseria, marginalidad, crimen. De lo que se trata es de provocar emociones hasta pasar a la siguiente información o al siguiente capítulo de la serie. Pero con todo,  los productos promovidos por la industria tradicional de entretenimiento no son los peores. Actualmente, la sustitución de los sistemas tradicionales de acceder a la cultura por otros provenientes del mundo digital hace que sean los propios lectores los que ponen de moda a un autor sin que medien críticos ni editoriales.  Esta  subversión de la manera   con la que   las obras de creación se introducen en la sociedad  ha tenido un efecto devastador sobre su calidad cuyas consecuencias aún están por ver.  El modo en que la cultura  popular se convierte directamente en cultura basura es muy sencillo  (Leer más )




EL QUE SEAN LOS PROPIOS CONSUMIDORES QUIENES LANZAN DIRECTAMENTE A UN AUTOR  RESULTA LETAL PARA LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA

 Todos los  elementos mencionados al principio, presentes en los medios de comunicación  del mundo entero, pueden encontrarse en muchas obras  maestras, desde Lolita de Nabokov hasta: A sangre fría de Truman Capote, El gran Gatsby de Fizgerald,  Crimen y castigo  de Dostoyevsky  etc.  Sólo que ahora se ha producido un cambio que ha pervertido el hecho cultural desde su origen.
Hace unos años los límites entre la alta cultura y la cultura popular estaban bastante claros y a nadie se le ocurría confundir a Corín Tellado con Borges, pongamos por caso, pero es que además eran las editoriales,  los críticos,  los departamentos de literatura de las universidades etc. quienes encumbraban a un artista. Es decir, eran los, entre comillas, expertos los que  decidían quienes eran los buenos escritores antes de lanzarlos. De  modo que se realizaba una función de selección y educación, llamémoslo así, de los lectores a los que las obras les llegaban, siguiendo con la clasificación de T. W. Adorno, de arriba abajo, a diferencia de las  propuestas por la industria del espectáculo pensadas para los gustos de la mayoría,  propia de la cultura de masas, o de la cultura que surge directamente del pueblo, la  llamada cultura popular, que se genera de abajo arriba.  Actualmente, cada vez más, el proceso por el que nos llegan los productos culturales,  se está invirtiendo y son los propios lectores quienes con sus reseñas, sus clicks y sus compras aúpan a un artista sin ningún filtro.

LA REVOLUCIÓN DE AMAZON

Las  editoriales y los antiguos agentes culturales, desconcertados por su pérdida de protagonismo en lugar de buscar una mayor calidad y convertirse en nichos para un público más exigente participan de la obsesión de obtener ante todo el  número de ventas que les garantice un beneficio rápido para sus menguadas arcas. Y no es que el sistema seguido hasta ahora no tuviera  deficiencias: premios amañados, amiguismo etc.  pero si nos fijamos,  en España, incluso en el franquismo a pesar de la  censura,  surgieron editoriales como Destino, Plaza y Janes y en Barcelona Seix Barral, Tusquets etc. que hicieron una labor admirable para dar a conocer al gran público a autores importantes extranjeros y españoles:  entre estos últimos: Laforet,  Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Delibes, Martín Santos, Marsé, Gil de Biedma y después de la transición: Muñoz Molina,  Marías, Landero... Pero posteriormente los intentos de las editoriales importantes de descubrir buenos escritores no parecen haber dado resultado y después del  fracasado lanzamiento de la generación Nocilla se limitan a apostar por lo seguro y cubrirse las espaldas con autores ya consagrados.  Yo, al único autor que   recuerdo, en los últimos tiempos, que no ha surgido de la cuadra de los bestsellerianos, es decir:  de los libros fabricados para ser vendidos en los aeropuertos o los escaparates de las grandes superficies, es  Ray Loriga que ya roza la cincuentena.

Actualmente Amazon y otras plataformas parecidas tienen grandes ventajas para los escritores hartos de tratar de abrirse un hueco en un mundo cada vez más cambiante en el que ya nadie tiene tiempo para dedicarles.  Y no es que yo no valore la hazaña del  visionario Jeff Bezos y su contribución  a las transformaciones que se han producido en la difusión de la cultura, la distribución de los libros y la manera de leer ( también hay que decir que ahora cualquier persona desde el lugar más recóndito tiene a su disposición casi gratuitamente las obras cumbre de la literatura universal, entre otras ventajas), lo que ocurre es que,  en la práctica, mientras de la industria del entretenimiento han surgido grandes obras, recordemos la época dorada de Hollywood y las nuevas series televisivas norteamericanas o inglesas, algunas de gran calidad.  Hasta el momento, las obras surgidas de abajo arriba y catapultadas a la fama a modo de fenómenos sociológicos como las famosas sombras de Grey suelen ser de una banalidad y  una simpleza aplastantes.   Es cierto que leyendo a Adorno nos parece que valoraba la cultura popular por encima de la cultura de masas. Pero, aparte que no sabemos lo que hubiera opinado de vivir en esta época, yo creo que participaba de la idea de una cierta izquierda, benevolente con lo que surge del pueblo y crítica con los productos propuestos por multinacionales tipo Walt Disney.
El problema es que hoy en día la única posibilidad que tiene un escritor indie   para  conseguir una visibilidad, que le catapulte a los primeros puestos en las listas de Amazon, es conseguir muchas descargas. Ello hace que el que logra sobresalir no sea el escritor que tiene una obra más interesante si no el que mejor domina las técnicas de marketing.
Otra pega es que el lector de un ebook, cuando no se trata de obras de autores ya reconocidos, no dispone de una crítica medianamente solvente para acercarse a las obras y ha de fiarse de la publicidad realizada por los propios autores a modo de banners que inundan las redes sociales para promocionar su producto. ya que en internet la información y la publicidad suelen estar entremezcladas. 
El resultado es que nos encontramos inermes ante una inundación de textos  e imágenes cuyo bombardeo constante nadie se ocaupa de dirigir o filtrar  de manera que resulta  una tarea de gigantes pretender encontrar  las pepitas de oro que sin dura existen entre tanto detritus.

SABER MÁS
¿Van mejorando nuestros cerebros?

¡Pero de verdad tengo que publicar un libro!





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